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Somaliland?

Publicado: 8 May, 2011 en Sin categoría

Pues no. Parece ser que no había otro sitio dónde ir. Mira que este país tiene tantas cosas interesantes que ver, Patrimonios de la Humanidad, Santuarios Naturales y Cunas de Civilizaciones incluidos, y no encontrando nada de esto lo suficientemente atractivo, nos fuimos de vacaciones a un país que no es país (oficialmente), refugio de piratas, y enclavado en una de las zonas más calientes del mundo (No sólo medida en grados, sino también en inestabilidad, falta de información oficial y medidas de seguridad en caso de emergencia).

Todo esto suena superemocionante, digno de intrépidos aventureros, o de completos idiotas con tendencias suicidas, pero la realidad es bien distinta. Cada vez más turistas se aventuran a pasar unos días en el país, atraídos por la relativa seguridad actual, la oportunidad de visitar la desierta costa somalí, y por las buenas referencias que se pueden encontrar acerca de sus gentes, que se muestran sorprendidas unas veces, y agradecidas otras, por la presencia de occidentales en sus tierras.

La República de Somaliland, conocida como el Protectorado de Somalia bajo el dominio británico desde 1884 hasta junio 26 de 1960, cuando Somaliland obtuvo su independencia de Gran Bretaña. El 1 de julio 1960 se unió a la antigua Somalia italiana para formar la República de Somalia. La unión no funcionó de acuerdo a las aspiraciones de la gente, y la tensión llevó a una guerra civil de 1980 en adelante y, finalmente, al colapso de la República de Somalia. Después del colapso de la República de Somalia, la población de Somaliland celebró un congreso en el que se decidió retirarse de la unión con Somalia y restablecer la soberanía de Somaliland.

La población de Somaliland es mayoritariamente musulmana. Y como no están muy acostumbrados al turismo, ni al contacto con el exterior, las costumbres religiosas están muy marcadas. Cuando se visita un país musulmán hay ciertas cosas a tener en cuenta respecto a la vestimenta y al comportamiento en lugares públicos. Entre otras cosas, las turistas deben cubrirse de pies a cabeza. No están bien vistas las muestras de contacto y/o afecto en público, y el consumo de alcohol está terminantemente prohibido.

Estos temas son especialmente controvertidos para las mujeres; en este viaje me acompañaba Nora, mi amiga alemana. Y aparte de tener que cubrirse el pelo y el resto del cuerpo, la mayoría de los hombres no se referían a ella a la hora de entablar conversación. Ni siquiera la saludaban o establecían contacto visual. No vimos una sola mujer sentada en las numerosas terrazas de Hargeisa, y solamente los hombres se repantingaban para mascar qat y beber té, mientras las mujeres acarreaban el agua, hacían la compra, o cualquier tipo de tarea del hogar. Eso sí, muchas mujeres se acercaban a ella para preguntar de dónde era y qué diablos hacía allí (y si estábamos casados).

...y los amigotes de parranda.

Nora mimetizada con el ambiente...

Entrar en Somaliland desde Etiopía es relativamente fácil. Tienes que gestionar tu visado en la cancillería de Somaliland en Addis, que no te lleva más de media hora, porque normalmente no hay mucha gente que quiera ir. Hay vuelos desde Addis a Jijiga, la ciudad más importante de la región somalí de Etiopía. Una vez allí, puedes coger un autobús que te lleva a Wajale, en la frontera. Si por casualidad viajáis en autobús desde Jijiga a Wajale, no paguéis el billete hasta que el bus esté en marcha y el cobrador os lo pida, para evitar que cualquier listo se acerque y os exija el dinero para el billete. Nosotros  pecamos de inocentes, y tuvimos una buena bronca con el cobrador y el conductor, que paró el bus en medio del páramo y nos amenazó con bajarnos ahí mismo, con el resto de pasajeros hablando a voces, unos defendiendo nuestra postura, otros queriendo continuar su viaje sin importarles un carajo si los farenjis se quedaban en la cuneta o no.

"Señor conductooor, pise el aceleradooor"

Lo más importante es que no te puedes olvidar tu visado etíope, cosa que a mi me pasó. Aún así, fuimos a Wajale, para intentar contarles la película a los de la frontera, e intentar pasar con una copia escaneada que Eleonora me mandó a mi correo. No funcionó, por supuesto. Así que volvimos a Jijiga a esperar al avión del día siguiente, a que Eleonora encontrara algún alma caritativa en el aeropuerto que accediera a llevar consigo mi visado.

El alma caritativa resultó ser un tal Ibrahim, que vive en Jijiga y suele viajar a Addis con frecuencia por motivos de trabajo. Con el permiso en mi poder, y con un día de viaje echado a perder, volvimos a hacer el mismo trayecto, y esta vez el paso a Somaliland fue exitoso.

Para llegar a Hargeisa debes coger un taxi compartido. Alrededor de la Oficina de Inmigración, hay varios tipos que están esperando a llenar sus coches y salir para la capital. Y los llenan, literalmente. Viajan 4 personas en el asiento de atrás y 2 en el asiento del copiloto. Nos sentamos en el asiento del copiloto, con la palanca de cambios entre mis piernas. La segunda y la cuarta eran un poco comprometidas.

No he comentado nada sobre el paisaje, porque no hay mucho que comentar. Desde que aterrizamos en la pista de Jijiga, y hasta llegar a Hargeisa, las vistas son poco propicias para la inspiración y el deleite. Un secarral de piedras y plantas secas, algún camello despistado, chiringuitos destartalados al pie de la carretera, y remolinos de arena en el horizonte, alargados como pequeños tornados, que le daban un toque al más puro estilo Mad Max.

El chelín de Somalilandia, aunque estable, no es una moneda reconocida internacionalmente y en la actualidad no tiene ningún tipo de cambio oficial. 1 dólar equivale a 6500 chelines. Solamente hay billetes de 500. Puedes cambiar dinero en cualquier parte, hay cientos de puestos en la calle donde los cambiadores apilan los billetes en fardos enormes. Es bastante gracioso recibir un bolsón de billetes que no sabes dónde meterlo, o pagar un fajo por una cena en un restaurante.

No hay monedero suficientemente grande para esta broma...

Hargeisa es un hormiguero en medio del desierto. Apenas hay carreteras asfaltadas, los puestos callejeros se agolpan en las aceras, los postes de la luz están llenos de cables apañados que van en todas direcciones posibles, y todo el mundo hace vida en la calle. El punto de color lo traen las mujeres, con sus hijab de diferentes colores, y las fachadas de las tiendas, todas ellas pintadas con vivos colores, con dibujos de los productos que venden, o de los servicios que prestan..

En algunas zonas de la ciudad todavía se aprecian claramente las huellas de la guerra en forma de impactos de proyectiles en las fachadas de las casas, o en los solares abandonados llenos de escombros y basura.
Uno de los pocos monumentos que hay -si no es el único- es un avión de combate MIG del ejercito somalí derribado durante la guerra.

Otro lugar de interés turístico es el mercado de ganado. Somaliland basa su economía en el comercio de ganado, principalmente camellos, cabras y ovejas. Es el mayor exportador de la zona. Los acuerdos comerciales se realizan de tú a tú, y se sellan con un apretón de manos. Hay todo un mundo de señas y gestos cuando hay grupo reunido y se quieren hacer tratos de manera personal, sin que el resto se entere. Como el mus. El ganado se carga en camiones, y se lleva al puerto de Berbera, o en dirección a Etiopía.

Nuestro siguiente destino era Berbera, en la costa. No está permitido a los turistas viajar sin escolta por el país. Puedes solicitar un permiso en la Oficina de Turismo que te autoriza a viajar solo bajo tu responsabilidad, pero no te garantiza que en los numerosos checkpoints que hay en las carreteras los soldados te manden de vuelta por donde has venido, sin darte más explicaciones. El dueño del Hotel Oriental nos facilitó un coche con conductor y un soldado ya entrado en años, que conocía a todos los compadres de los 6 checkpoints que encontramos de camino.

El principal motivo de visitar Berbera era por su costa. Nos alojamos en el resort Al-Mansoor, a 100 metros del mar. Por la tarde pudimos disfrutar de la kilométrica playa desierta, y de las cálidas aguas del Océano Índico.

Como perdimos un día por mi maldita cabeza, el domingo tuvimos que hacer el viaje de vuelta del tirón. Teníamos que llegar a Jijiga antes de que anocheciera, para que a la mañana siguiente, cogiéramos el avión para Addis. Todo fue sin problemas, excepto que esta vez, la palanca de cambios entre las piernas fue más incómoda que a la ida (Si el taxi compartido es ranchera, ¡Se pueden meter 3 pasajeros más en el maletero!), y que el bus de Wajale a Jijiga paró a mitad de camino para cargar unos 15 sacos de cemento de 50 kilos cada uno, lo que hizo que el resto del viaje lo hiciéramos a una velocidad de crucero de 20 km/h. Fue ahí donde entendí la función de las barras de andamio en el interior del bus a lo largo del pasillo.

A la mañana siguiente, fuimos al aeropuerto de Jijiga (excesivo nombre para una pista de aterrizaje y una barraca de chapa en medio de la nada) en mototaxi. Cuál fue nuestra sorpresa, cuando al llegar a la barrera de entrada, el avión ya está en pista, y los pasajeros se están dirigiendo a embarcar. Los soldados no nos dejan entrar. Nosotros replicamos que tenemos que coger ese avión, que tenemos el billete, y que hemos llegado a tiempo. Exigimos la presencia de la persona a cargo del chiringuito. Tras un buen rato discutiendo con los soldados y con otro tipo que decía ser el encargado de nosequé, básicamente su respuesta fue que habíamos llegado tarde. No podíamos creerlo. El avión había llegado como una hora antes, y no nos dejaban embarcar. Vimos delante de nuestras incrédulas caras cómo los pasajeros terminaban de embarcar, y cómo el avión emprendía el vuelo hacia Addis.

Acto seguido, un tipo con el uniforme de las aerolíneas etíopes, se dirige a nosotros, y de muy buenas maneras, nos dice que hemos llegado tarde, que nos ha estado esperando, y que no hay más que hacer. Nuestra indignación y cabreo crece por momentos. Hasta que en un momento de la conversación, el tipo saca su móvil, enseñándonos la hora a la que teníamos que haber estado y algo no cuadra. Este tipo tiene la hora mal puesta. ¿O no?

A mi móvil se le acabó la batería el segundo día, y no pude cargarlo en todo el viaje, porque la batería parece que se ha fundido para siempre. Nora olvidó su móvil etíope en Addis, pero tenía su móvil alemán, todavía con la hora de Sudáfrica, donde había estado la semana anterior haciendo una entrevista de trabajo. Habíamos estado todo el viaje guiándonos por la zona horaria equivocada. Por lo que llegamos una hora más tarde. El avión había llegado un poquito más pronto, pero dentro de los límites razonables.

Desolados, y con cara de tontos, nos volvimos a Jijiga. No había otro avión hasta el día siguiente. Y pensar que teníamos que pasar otro día en ese cagadero, no nos hacía mucha gracia. Así que decidimos pillar un bus a Dire Dawa, la segunda ciudad de Etiopía, y olvidar lo pasado cuanto antes.

Dire Dawa mola. Había pasado por allí el año pasado de camino a Harar, y me causó muy buena impresión. Es una ciudad tranquila, todo lo contrario que la bulliciosa Addis. Los barrios forman cuadrículas ordenadas, hay árboles por todas partes, las aceras son transitables, y el calor pegajoso hacen de ella la mejor ciudad para vaguear y no hacer nada. Puede que esta sensación se viera aumentada por el contraste de venir de un sitio donde todo está hecho polvo, las mujeres son bultos de colores, y no te puedes tomar una cerveza. La gente aquí también es muy simpática, entramos en una tienda a comprar baklavas, y el tipo nos coló hasta al mostrador por delante de toda la cola, por el simple hecho de ser turistas y visitar su tienda (Si fuera uno de los tipos de la cola, no me lo tomaría tan bien), por la mañana visitamos el mercado, disfrutamos de unos zumos, compramos café, y esta vez sí, llegamos al aeropuerto a tiempo.

Al margen de todas las peripecias del viaje, me gustaría terminar diciendo que la impresión que nos llevamos de Somaliland fue bastante buena. Está claro que no es un destino recomendable desde el punto de vista turístico, pero hay que reconocer el esfuerzo que sus habitantes y sus autoridades han hecho durante todo este tiempo para que día a día su estabilidad se mantenga, y el reconocimiento internacional sea cada vez más notable, constatando así un referente internacional en temas de resolución de conflictos locales.